Todos decimos que queremos ciudades más verdes, más tranquilas y más humanas.
Hasta que nos tocan una plaza de aparcamiento.
Ahí se acaba el consenso. Y ahí empieza el problema.
La transformación de las ciudades no depende solo de presupuestos, tecnología o planes estratégicos.
Depende, sobre todo, de valentía política: de asumir que cambiar una ciudad molesta, pero que no hacerlo nos condena a vivir peor.
Porque diseñar ciudades para las personas no es una cuestión ideológica. Es una cuestión de salud pública, de justicia social y de sentido común.
El miedo a molestar
En España, la mayoría de los políticos sabe perfectamente qué hay que hacer para mejorar la movilidad urbana:
- Reducir el espacio destinado al coche.
- Ampliar aceras.
- Peatonalizar calles.
- Crear carriles bici conectados y seguros.
- Reforzar el transporte público.
El problema no es técnico, es político.
La mayoría de los dirigentes no se atreve a hacerlo porque temen el ruido mediático, las quejas vecinales o perder votos.
El resultado: ciudades que se estancan, donde cualquier intento de cambio se frena por miedo a los titulares de mañana.
Hace falta recordar que el progreso nunca fue cómodo.
Cada avance urbano —desde prohibir fumar en interiores hasta limitar la velocidad en ciudad— generó resistencias.
Y, sin embargo, hoy nadie querría volver atrás.
La cobardía política se nota en los detalles
La falta de valentía política no se ve en los discursos, se ve en los hechos.
- En los proyectos de peatonalización que se paralizan «por las quejas de los comerciantes».
- En los carriles bici que se pintan solo para la foto y se abandonan cuando llegan las críticas.
- En los planes de movilidad que nunca se aplican por «falta de consenso».
- En los políticos que se llenan la boca hablando de sostenibilidad, pero inauguran parkings subterráneos.
Hacer ciudades mejores no se puede sin incomodar a nadie.
Y ese es precisamente el reto: tener el valor de tomar decisiones que no sean populares hoy, pero que mejoren la vida de todas mañana.
La valentía no tiene ideología
Una de las cosas más absurdas del debate sobre movilidad en España es cómo se ha convertido en una guerra ideológica.
Si una alcaldesa peatonaliza una calle o restringe el tráfico, enseguida alguien grita: «¡esto es cosa de la izquierda!».
Pero la movilidad sostenible no tiene color político, tiene dirección: hacia el futuro o hacia el pasado.
En Europa, muchas de las ciudades más avanzadas en movilidad y calidad de vida están gobernadas por partidos conservadores o de centro-derecha.
No lo hacen por ideología, sino por sentido común, salud pública y eficiencia.
- En Copenhague, los dirigentes políticos van en bicicleta a diario. No por postureo, sino porque es la forma más práctica y coherente de moverse.
- En Berlín, Viena o Ámsterdam, ver a un político o una ministra en transporte público es algo cotidiano.
- En Oslo o Estocolmo, el uso de la bici y del transporte colectivo está tan normalizado que ningún partido se atrevería a retroceder.
Mientras tanto, en España, parece que la derecha tiene miedo de perder votos si se la ve en bicicleta.
Aquí, el coche oficial sigue siendo símbolo de poder.
Y eso refleja muy bien nuestra cultura política: mucha palabra «verde» y muy poca coherencia.
Hace falta valentía política no solo para aprobar medidas, sino para predicar con el ejemplo.
Porque mientras en otros países los dirigentes comparten carril bici con sus vecinos, aquí seguimos esperando a que alguien se atreva a bajarse del coche oficial.
Valientes que sí lo hicieron
La historia reciente demuestra que las decisiones valientes funcionan.
- Pontevedra eliminó el tráfico del centro hace más de 20 años. Las ventas del comercio local subieron, los accidentes bajaron un 90% y la calidad de vida mejoró para todos.
- París, con Anne Hidalgo, soportó años de críticas por peatonalizar avenidas y reducir el espacio del coche. Hoy, las cifras de contaminación y siniestralidad son las más bajas de su historia.
- Barcelona, con sus superillas, ha demostrado que recuperar el espacio público mejora la salud, la economía local y la convivencia.
- Utrecht o Copenhague planifican pensando en la infancia, no en los coches. Allí un niño puede ir solo en bici al colegio. En España, muchos adultos ni se atreven.
Cada uno de estos casos tiene algo en común: al principio fueron impopulares.
Pero el tiempo da la razón a quienes se atreven.
Santander: el ejemplo de lo que pasa cuando falta valentía política
No hace falta mirar a París o a Copenhague para entender lo que ocurre cuando una ciudad carece de valentía política.
Yo soy de Santander, y lo he vivido en primera persona.
Volví a vivir allí hace poco y lo confirmé: la movilidad urbana en Santander es un desastre.
La ciudad sigue anclada en un modelo de tráfico del pasado, donde el coche tiene prioridad absoluta y la bicicleta se ve como un estorbo o, en el mejor de los casos, como una atracción turística.
Desde la asociación Cantabria ConBici llevamos años proponiendo mejoras concretas: itinerarios seguros, conexiones lógicas entre barrios, calles pacificadas y medidas para fomentar la bici como medio de transporte real.
Y no hablamos de utopías: hemos llegado a diseñar tramos, enviar propuestas y ofrecer colaboración técnica gratuita.
La respuesta siempre ha sido la misma: el silencio.
Los pocos carriles bici que existen en Santander se encuentran en la periferia, aislados unos de otros y totalmente desconectados del centro.
Eso hace que la bicicleta no sea una opción viable para desplazarse por la ciudad, sino un adorno urbano pensado para el turismo.
El servicio público de bicicletas, además, es caro y poco práctico, lo que demuestra que no se piensa en la gente que vive allí, sino en quien pasa unos días.
Una bici urbana no puede costar lo mismo que un taxi.
He vivido también en Bilbao y ahora en Zaragoza, y aunque ninguna de las dos es perfecta, la diferencia se nota.
En Bilbao se empieza a entender que la bici forma parte del paisaje urbano, y en Zaragoza, aunque hay muchas cosas que mejorar, se ve que hubo una etapa en la que sí se apostó por la movilidad ciclista.
La ciudad tiene cultura de bicicleta: muchísima gente la usa para ir a trabajar o estudiar, y eso no se improvisa.
Lo triste es que el gobierno actual de Zaragoza ha frenado esa inercia, mostrando muy poca voluntad política para seguir avanzando.
Llegó a plantear obligar a tener un seguro para circular en bicicleta, una medida absurda que penaliza a quien se mueve de forma sostenible.
Y tuvo que dar marcha atrás porque la ciudadanía —que sí entiende lo que significa pedalear por una ciudad viva— le plantó cara.
Así se nota la diferencia entre una ciudad con gente valiente y una sin liderazgo.
En Zaragoza, la sociedad civil defendió el avance.
En Santander, ni siquiera se ha intentado.
Y eso resume muy bien la diferencia entre las ciudades que progresan y las que se quedan atascadas: la valentía política, o su ausencia.
Primero llegan las quejas, luego los aplausos
Hay algo que se repite en todas las ciudades que han apostado por una movilidad más humana:
al principio, todo el mundo se queja.
Da igual que peatonalices una calle, amplíes una acera o pongas un carril bici: la reacción inicial siempre es la misma.
«Va a ser un caos», «el comercio va a morir», «nadie vendrá al centro», «no hay dónde aparcar».
Y, sin embargo, el tiempo acaba demostrando justo lo contrario.
- Sevilla, pionera en apostar por la red de carriles bici en España, recibió una avalancha de críticas cuando comenzó el cambio. Hoy es una de las ciudades con más ciclistas urbanos y su modelo se estudia en universidades europeas.
- Pontevedra —que hace veinte años parecía un experimento— es ahora referente internacional. El comercio local ha crecido, las calles están llenas de vida y los accidentes se han desplomado.
- Y podríamos hablar de Montpellier, París o Milán, ciudades donde primero hubo titulares furiosos y ahora hay plazas llenas de gente y negocios floreciendo.
Los datos lo confirman: cuando se pacifican calles y se reduce el tráfico, la economía de los barrios mejora.
Las personas pasean más, compran más y se quedan más tiempo.
Las ciudades vivas no son las que tienen más coches, sino las que tienen más vida en sus calles.
Por eso la valentía política no solo transforma la movilidad: mejora la economía y la convivencia.
Y lo curioso es que los mismos que se quejaban al principio acaban diciendo:
“Menos mal que lo hicisteis”.
Conclusión: liderar también es pedalear contra el viento
Cambiar una ciudad no es fácil.
Vas a tener críticas, memes, titulares y enfados.
Pero también vas a tener resultados que duran generaciones.
Hace falta valentía para mirar más allá del coche, para apostar por una ciudad que respire, que camine y que se escuche a sí misma.
Una ciudad que no se defina por su tráfico, sino por la vida que hay en sus calles.
Y sí, hace falta valentía política para construir ciudades mejores, pero también hace falta ciudadanía que la exija.
Porque si seguimos votando a quien no se atreve ni a bajarse del coche oficial, lo único que tendremos serán más coches, más ruido y menos ciudad.
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