El mito de la libertad de tener un coche

Hace poco leí a alguien decir que para él tener coche era libertad.
Y oye, lo entiendo. Yo también me creí eso durante años.

Nos han vendido el coche como una puerta a la independencia.
Poder moverte cuando quieras, donde quieras, sin depender de horarios, ni trenes, ni nadie.
Y en parte es verdad. Pero solo en parte.
Porque esa libertad que prometen tiene trampa, y mucha.

La trampa empieza por el dinero

Tener un coche no es solo tener un coche.
Es pagar 20.000 o 30.000 euros por una máquina que en realidad se usa el 5% del tiempo.
El resto del día está aparcada. Ocupando espacio público que podríamos estar usando para otra cosa: para que jueguen niñas, para poner bancos, árboles o incluso una parada de bus decente.

Y todo eso lo asumimos como normal.
Como si fuera lógico endeudarse durante años solo para moverse.
Como si no hubiera otra forma de vivir.

A ese coche hay que sumarle la gasolina (cada vez más cara), los seguros, el mantenimiento, las averías, los impuestos, la ITV…
Y ni hablemos del tiempo perdido en atascos, en buscar aparcamiento o en discusiones de tráfico.

¿De verdad eso es libertad?

Una tonelada para mover a una sola persona

Usamos máquinas de una tonelada para desplazar nuestros cuerpos.
Corren con gasolina o diésel, petróleo en definitiva.
Quemamos recursos finitos para hacer trayectos de 3 kilómetros.
Y luego decimos que el problema es que la bici va lenta o que el transporte público no es cómodo.

Es una barbaridad lo que estamos haciendo en nombre de la comodidad y de la falsa sensación de libertad.
La ciudad se llena de coches que ocupan el 80% del espacio y transportan al 30% de las personas.
Y esto se sostiene a base de sacrificios: de dinero, de aire limpio, de espacio público y de vidas humanas.

También de vidas humanas.
En 2024 murieron 1.154 personas en accidentes de tráfico en España.
Pero hay más: se estima que unas 10.000 personas mueren cada año en España por la contaminación derivada del tráfico rodado.
Y eso sin contar el aire que respiramos a diario: 2 de cada 3 personas vivimos expuestas a niveles de contaminación que superan los límites recomendados.

Una cifra brutal que seguimos aceptando como parte del sistema.
Porque claro, “la libertad cuesta”.

Y mientras tanto, la bici

Yo me muevo en bici.
Y no voy a decir que todo es maravilloso. No lo es.
Hay miedo. Hay lluvia. Hay tramos sin carril. Hay rotondas mal diseñadas.
A veces la ciudad te grita que no eres bienvenida cuando vas a pedales.

Pero al menos no le debo dinero a nadie por moverme.
No tengo que buscar aparcamiento.
No tengo que llenar depósitos.
Y no estoy contaminando cada vez que hago un trayecto de 15 minutos.

Eso también es libertad.
Una libertad menos glamourosa, menos ruidosa, pero mucho más ligera.
Literal y emocionalmente.

¿Y qué pasa con quienes no pueden elegir?

Porque ojo, esto no va solo de “coches malos, bicis buenas”.
Esto va de opciones.
Y muchas veces, no tener coche no es una elección. Es una condena.

Si vives en las afueras, si trabajas en polígonos, si no tienes una red de transporte público decente, no tener coche significa no llegar.
Y eso no es culpa tuya, es culpa de un urbanismo pensado para coches.
Para coches, no para personas.

Una ciudad justa no debería obligarte a tener coche.
Una ciudad justa debería permitirte moverte sin miedo y sin arruinarte.

La gran mentira

El coche no es libertad.
Es un símbolo de estatus, de éxito, de masculinidad, de control…
Pero la libertad real no es depender de una máquina cara, contaminante y peligrosa para ir a ver a tu madre o para comprar papel higiénico.

Libertad es poder moverte de forma segura, sencilla y asequible.
Y eso solo es posible si replanteamos cómo están hechas nuestras ciudades.

Mi libertad va por otros caminos

Yo también tuve coche.
Yo también creí que sin él no podría hacer nada.
Pero cuando lo vendí, empecé a vivir de otra forma.
Una forma más consciente, más conectada con lo que me rodea.
Y sí, en trayectos cortos, la bici es más rápida que el coche.
Lo dicen los estudios y lo vivo cada día.

No necesito una tonelada de metal y gasolina para tener una vida digna.
Y esa sensación, para mí, también es libertad.

La libertad también es colectiva

Lo que no se dice suficiente es que la bicicleta y el transporte público son medios más justos.
Más accesibles. Más diversos.

Niños, personas mayores, estudiantes, migrantes, currelas.
Quien no puede comprarse un coche, también tiene derecho a moverse.

No tener coche no debería condenarte a quedarte en casa.
Y eso solo se soluciona si defendemos modelos de movilidad que piensen en todas las personas, no solo en quien puede aparcar en su plaza privada.

La bici es justa.
Y no hablemos ya de salud: moverse en bici no solo no contamina, te cuida.
Respiras mejor. Te mueves más. Te sientes viva.


Marta Torre

Soy desarrolladora web fullstack especializada en WordPress y desarrollo de aplicaciones. Defensora de un modelo de ciudad sostenible y más respetuoso, donde las bicicletas, el transporte público y los peatones tienen preferencia.

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