Durante los últimos años, el coche eléctrico se ha convertido en la bandera de la movilidad «sostenible» que nos venden gobiernos y fabricantes. Prometen cero emisiones, tecnología puntera y un futuro limpio.
Pero ¿es realmente la solución al caos y la contaminación de nuestras ciudades… o simplemente un parche muy caro que no resuelve el problema de fondo?
En este artículo vamos a analizar no solo su impacto medioambiental, sino también su papel en el diseño y uso del espacio urbano.
El coche eléctrico no es «cero emisiones»
El eslogan de «cero emisiones» es una verdad a medias. Sí, un coche eléctrico no emite gases contaminantes mientras circula, pero eso no significa que sea completamente limpio.
La fabricación contamina, y mucho.
Según datos de la Agencia Europea de Medio Ambiente, la producción de un coche eléctrico genera entre un 50% y un 70% más emisiones de CO₂ que la de uno de combustión, debido principalmente a las baterías.
Estas baterías requieren litio, cobalto y níquel, materiales cuya extracción tiene un alto coste ambiental y social.
La electricidad también contamina.
Si la energía para recargar el coche proviene de centrales de carbón o gas, la huella de carbono del vehículo aumenta significativamente.
En países con alta dependencia de combustibles fósiles, la ventaja medioambiental del eléctrico se reduce drásticamente.
La importancia de la vida útil
Comparativa de emisiones a lo largo del tiempo
Un informe del International Council on Clean Transportation (ICCT) señala que, en un ciclo de vida completo de 15 años:
- Un coche eléctrico puede emitir entre un 60% y un 70% menos CO₂ que uno de combustión, si se recarga con una red eléctrica limpia.
- Si la red es más sucia, la reducción baja a apenas un 30%-40%.
Esto significa que el beneficio real depende de dos factores:
- La duración del vehículo (si el coche no dura lo suficiente, no compensa la huella inicial de su fabricación).
- La fuente de electricidad usada para recargarlo.
El problema no es solo el tipo de coche, es el número de coches
Aquí está el punto que casi nunca se menciona: el coche eléctrico no resuelve el problema de fondo de las ciudades.
Da igual que los coches sean eléctricos, híbridos o de hidrógeno…
Si seguimos teniendo calles saturadas de vehículos, seguiremos teniendo:
- Atascos → que generan estrés y pérdidas económicas.
- Ocupación del espacio público → aparcamientos masivos y menos espacio para peatones, ciclistas y transporte público.
- Inseguridad vial → más coches significa más riesgo de accidentes, independientemente de la energía que usen.
Un coche eléctrico puede ser más limpio, pero sigue ocupando el mismo espacio que uno de combustión.
El coche eléctrico sigue apropiándose del espacio público
Aunque no emitan gases en la ciudad, los coches eléctricos siguen ocupando un recurso muy limitado: el espacio público.
Cada carril de circulación y cada plaza de aparcamiento que se destina a coches es espacio que no se puede usar para viviendas, zonas verdes, carriles bici o aceras amplias.
Un coche, aunque esté parado el 95 % del tiempo, necesita varios metros cuadrados reservados solo para él. ¿De verdad tiene sentido dedicar semejante cantidad de espacio urbano a un medio de transporte privado que, en muchos casos, transporta a una sola persona?
El debate sobre el coche eléctrico no puede esconder la cuestión central: el problema no es solo la contaminación, es el uso injusto del espacio de la ciudad.
Aparcar: el gran problema invisible de nuestras ciudades
Otro punto crítico que rara vez se discute es el del aparcamiento.
En muchas ciudades, tenemos más coches que hogares. En España, la media ya supera un coche por familia, y en algunos barrios son dos o tres por hogar.
Eso implica:
- Calles saturadas de vehículos aparcados en doble fila o invadiendo aceras.
- Barrios convertidos en gigantescos garajes al aire libre.
- Inversión pública constante en más parkings y más espacio para almacenar coches privados.
Un coche eléctrico no soluciona este problema. Al contrario, si mantenemos la misma ratio de coches por familia, seguiremos atrapados en ciudades colapsadas, donde aparcar es un infierno y la calidad del espacio público sigue sacrificada en nombre del automóvil.
Impacto en la planificación urbana
El espejismo de la «ciudad eléctrica»
Muchas ciudades están impulsando infraestructuras para el coche eléctrico:
- Puntos de recarga en plena calle.
- Bonificaciones fiscales y facilidades de aparcamiento.
El problema es que esto sigue priorizando al coche frente a otros modos de transporte.
Si la prioridad es recargar coches en lugar de mejorar el transporte público o la red ciclista, estamos reforzando el modelo de ciudad centrado en el automóvil.
Lo que se deja de lado
Cada euro invertido en facilitar la vida a los coches eléctricos es un euro menos para:
- Ampliar y mejorar autobuses, tranvías y metros.
- Crear aceras anchas y accesibles.
- Construir carriles bici seguros y conectados.
En lugar de reducir la dependencia del coche, el eléctrico puede terminar perpetuándola.
La falsa sensación de sostenibilidad
Uno de los riesgos del coche eléctrico es el efecto rebote: la idea de que, como «no contamina», podemos usarlo sin límites.
Esto puede derivar en:
- Más kilómetros recorridos porque «no hay emisiones».
- Desplazamientos innecesarios en lugar de caminar o usar transporte público.
- Aumento del consumo energético global.
La sostenibilidad real no consiste en sustituir todos los coches de combustión por eléctricos, sino en reducir el número total de coches y cambiar la forma en que nos movemos.
Una alternativa: movilidad urbana sostenible
Menos coches, más opciones
Las ciudades que realmente apuestan por la sostenibilidad no se limitan a electrificar su parque automovilístico.
En lugar de eso, trabajan para que el coche (sea eléctrico o no) deje de ser necesario en la mayoría de desplazamientos diarios.
Esto implica:
- Transporte público eficiente: frecuente, puntual, accesible y bien conectado.
- Infraestructura ciclista segura: carriles bici continuos y protegidos.
- Calles peatonales: que prioricen el comercio local y el encuentro social.
- Intermodalidad: combinar bici, bus, tren o patinete sin barreras.
La bicicleta eléctrica no es el coche eléctrico
Conviene aclarar algo: no todo lo eléctrico es lo mismo.
La bicicleta eléctrica y el coche eléctrico juegan ligas muy diferentes.
Una bici eléctrica es un vehículo activo, porque sigue requiriendo el pedaleo y fomenta la actividad física. Su batería es pequeña y eficiente: consume apenas una fracción de los materiales y la energía que necesita un coche eléctrico.
Mientras un coche eléctrico pesa más de 1.500 kilos y arrastra una batería enorme, una bicicleta eléctrica suele pesar entre 20 y 25 kilos y su batería se carga con el equivalente a enchufar un portátil durante unas horas.
El impacto ambiental de fabricar y usar una bici eléctrica es ridículamente bajo en comparación con cualquier coche.
Y lo más importante: la bici eléctrica no coloniza el espacio público como lo hace el coche.
Ocupa mucho menos espacio, no atasca las calles, no necesita aparcamientos masivos y permite que más gente se mueva de manera sostenible en trayectos urbanos.
En otras palabras: la bicicleta eléctrica sí forma parte de la solución. El coche eléctrico, si no cambiamos el modelo de ciudad, sigue siendo parte del problema.
El coche eléctrico como parte de la transición, no como fin
No se trata de demonizar el coche eléctrico.
Es una herramienta útil para reducir emisiones en aquellos casos donde el coche es imprescindible:
- Transporte de mercancías en zonas urbanas.
- Servicios de emergencia.
- Zonas rurales con poca oferta de transporte público.
Pero no puede ser la base de la movilidad urbana.
Si mantenemos el mismo número de coches, aunque todos sean eléctricos, no habremos resuelto problemas como la congestión, la falta de espacio o la inseguridad vial.
El coche eléctrico y la cuestión de clase
Otro aspecto que casi nunca aparece en los anuncios brillantes de coches eléctricos es el precio.
En España, un coche eléctrico nuevo cuesta de media entre 35.000 y 45.000 euros, muy por encima de lo que cuesta un coche de combustión equivalente.
Esto plantea una pregunta incómoda:
¿estamos construyendo ciudades donde solo los ricos podrán moverse en coche?
Mientras se habla de “transición verde”, lo que en realidad vemos es:
- Subvenciones públicas que terminan beneficiando más a quienes ya tienen capacidad de compra alta.
- Familias trabajadoras endeudadas para acceder a un coche eléctrico, cuando quizá ni siquiera lo necesitan si hubiese transporte público decente.
- Zonas urbanas restringidas donde solo quienes puedan permitirse un eléctrico podrán entrar en coche, mientras al resto se les expulsa sin darles alternativas reales.
Y aquí está la paradoja: las personas con mayor poder adquisitivo son también las que más contaminan con su forma de moverse.
Viajes frecuentes en avión, varios coches por familia, segundas residencias a kilómetros de distancia… El verdadero problema no es la gente que depende de un coche viejo porque no tiene otra opción, sino quienes usan y abusan de los recursos con total normalidad.
La movilidad no puede convertirse en un privilegio de clase, porque eso no es sostenibilidad, es exclusión.
Si queremos ciudades más justas, la apuesta tiene que ir por transporte público, bici y caminar, no por un modelo de coche privado que solo cambie de batería.
Conclusión: cambiar el modelo, no solo la tecnología
El coche eléctrico puede ser parte de la solución, pero solo si forma parte de un cambio más amplio de modelo urbano.
Si lo usamos como excusa para no reducir el uso del coche, estaremos pintando de verde un sistema que sigue siendo insostenible.
Necesitamos ciudades donde:
- El transporte público sea la columna vertebral.
- La bicicleta y caminar sean seguros y agradables.
- El coche, eléctrico o no, sea la última opción, no la primera.
Porque el verdadero objetivo no es que cada persona tenga un coche eléctrico, sino que cada persona pueda vivir bien sin necesitar un coche.
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